Cargando contenido

Ahora en vivo

Seleccione la señal de su ciudad

HABLANDO CON MI PAPÁ

Hola viejo Inda, da la casualidad que no volvimos a conversar desde mucho antes de tu muerte ese día de agosto de 1977.

Es el Día del Padre y aprovecho para decirte que no está bien morirse sin avisar.

Han pasado 38 años desde tu muerte y son muchas las cosas que hemos dejado de decirnos todo este tiempo.

Estuve pensando que no se realmente cómo has aguantado estos años viviendo con la muerte ni cómo has soportado esa absurda soledad, esa incertidumbre y ese silencio. Quizás ya comprendiste lo que es estar sólo y rumiando tristezas en un lugar desconocido.

Aquí nosotros acabamos de aceptar que la muerte es una puerta siempre abierta, como solías decir y por eso tratamos de entender que te marcharas sin avisar. Ahora te damos la razón y aceptamos que quisieras morirte, que no dijeras adiós, ni cuánto tiempo te ibas a demorar por allá.

Estabas cansado. Desapareciste sin dejar huella y aunque te hemos preguntado con insistencia, ningún vecino te ha visto pasar. No sabemos porque caminos espantables y negros vas con pasos vagabundos en busca de tus más hermosos sueños.

Viejo Inda, sabemos que no habrás avanzado mucho estos años, pues aunque fuiste muy buen caminante, al final tus piernas se resistían a resistirte y no aguantaban el peso de tus años.

Creemos que no estás muy lejos y que no es tarde para pedirte que nos cuentes de tu nueva vida, de tus nuevos amigos y de tus nuevos sueños, si aún vives obsesionado con soñar.

Son 38 largos años, pero te sentimos cerca. Caminas aún por los patios amplios de tu casa de puertas rojas y te sientas a descansar en la pesada silla de madera en la que pasabas las tardes enteras mirando hacia la puerta.

Sabemos que nos extrañas y por eso no quieres partir definitivamente hacia las regiones absurdas del silencio, sin que antes te contemos algo de nuestra vida, es decir de la vida que dejaste.

Muchos dijeron que tenías débil el corazón y que poco antes que te fueras te dio un ataque fulminante, sin embargo, los dos sabemos que eso es mentira, pues a pesar de la nostalgia que te invadía, te robustecías de esperanza y es así como hoy sigues caminando.

Avanzas en contra de la tristeza de saber que tus más orgullosos deseos se quedaron para siempre junto a tu silla de ruedas. No puedes rescatarte del pasado y sigues mirándote en tu pequeño espejo de 1964 y toda tu grandeza se desinfla como un globo cuando compruebas que te nace una nueva arruga y se te muere otro viejo sueño.

Aquí siguen los amigos de verdad, pero ha pasado tanto tiempo, que ya no hay pésames sentidos, ni abrazos, ni llanto, ni silencios, ni coronas de flores, ni telegramas sin imaginación y solidarios de nuestra causa, que es la tuya, ni sufragios para añadirlos al largo arrume de papeles que irremediablemente fueron a dar a la basura.

Hoy muy pocos mencionan tu nombre y nadie imagina que el mío es el mismo tuyo. Hoy solo está la certeza de tu abandono y la tierra que echaron sobre tus sueños cuando entonamos los cánticos de gloria por la alegría de tu nuevo destino.

Hoy nadie necesita tranquilizantes porque el tiempo se encargó de borrar con su poderosa mano toda la desolación y la angustia que nos causaste cuando decidiste que te ibas a morir y que la vida te importaba un carajo.

La mayoría te olvidó y otros dicen que eras un pendejo, pues sólo los débiles de espíritu sucumben y eso lo dicen porque están vivos. Unos pocos aún no hemos tenido el valor suficiente de enterrarte, ni te vamos a condenar a la descomposición eterna.

Desde tu muerte sigues caminando con nosotros, pronuncias las mismas palabras y sigues haciendo que aprendamos de memoria el tiempo perdido en el más secreto deseo de vivir.

Sigues avivando esa hueca tibieza debajo de la piel para repetir tu nombre y animando nuestros sueños heridos de muerte cada día por la fatalidad del destino. Sonríes con nosotros y nos llenas de tu optimismo redimido de angustia y nos das la seguridad de esas fuerzas que no tenías para intentar el juego de la vida.

Nos alimentamos de la certeza que tenías que todo estaba ganado, así la nostalgia de vivir nos pese por dentro como una culpa y una obsesión por lo que no fuimos.

Decídete a contarnos como estás y desde que extraño hueco nos miras o en que líquida constelación flota tu alma y cómo te parece lo que hemos podido hacer.

Confírmame si piensas regresar o si la decisión de caminar eternamente por el mágico mundo de la muerte es irrevocable.

Cuéntanos si acaso nos extrañas un poquito o si te importa un pito que estemos vivos y repletos de esa vitalidad que tienen tus sueños en la soledad de la muerte.

Y perdona Viejo Inda que te diga estas cosas, pero es que me dio la pendejada.

Por cierto, la Tere también se murió. ¿Piensan encontrarse alguna vez?