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La historia magnífica de un toro con alas

Un toro con alas puede parecer a simple vista una divinidad mitológica que ha caído por error en estos tiempos en las montañas andinas del Perú.

Pero no es un pase mágico, ni una puesta en escena inventada por alguien, sino una costumbre que ocurre hace más de 400 años en las provincias altas de Apurimac y el Cusco.

Y ocurre en estos tiempos, coincidiendo con las celebraciones de Independencia del Perú, como un ritual de agradecimiento por los favores recibidos.

El escritor costumbrista peruano, José María Arguedas relata en su libro Yawar Fiesta algo de la tradición peruana de las corridas indias acompañadas de trompetas de cuerno, música de huaynos y la utilización de dinamita para matar al toro y su evolución hacia la práctica de las corridas a la usanza española, tal como se conocen ahora.

Por su parte, el investigador y productor de televisión Roland Portocarrero le dijo a RCN La Radio que los antropólogos no se han puesto de acuerdo sobre el carácter de esta corrida en la que el protagonista es un cóndor cosido al lomo de un toro.



Portocarrero, quien produjo para le televisión peruana un documental sobre el tema, asegura que los investigadores no se atreven a definir este tipo de espectáculo como “un juego o un acto simbólico de alteración del orden social, entre lo español representado por el toro y lo indígena por el cóndor”

Cuenta Portocarrero que el cóndor cazado en los Andes peruanos para el ritual, “es cuidado en una jaula como si fuera un Dios, visitado con toda la consideración, cuidado como un ser superior y después del espectáculo, liberado en medio de rituales propiciatorios de agradecimiento”.

El toro ya no muere tras la explosión de la dinamita como relata Arguedas en su novela, pero generalmente es sacrificado después de ser lidiado.

Al final tiene que darse la victoria del cóndor sobre el toro.

Las historias andinas

Mientras se recorren las carreteras de la zona Andina peruana en busca de las maravillas ubicadas en los alrededores de Cusco, es posible escuchar toda clase de historias que recrean la tradición oral y la construcción del imaginario popular de los Incas.

Un guía cuenta medio en broma medio en serio, que para los operadores turísticos de la zona era una verdadera tragedia que no aparecieran los cóndores y por eso mataban burros que lanzaban a las cañadas, “para que aparecieran milagrosamente”.

En busca del Valle Sagrado de los Incas, a lado y lado de las carreteras es posible avistar las casitas de adobe coronadas de pequeños toros de barro, que son una costumbre para invocar la prosperidad.

Mientras el tren bordea perezoso el río Urubamba desde Ollantaytambo y Aguascalientes, en busca de Machu Pichu, alguien cuenta la historia de “los indígenas a los que les sacaban los ojos y los sueños” y del pájaro Huamancha, que es capaz de disolver las piedras con su fuerte orina.

Antes de llegar a esa maravilla de la arquitectura Inca que se llama Moray y que parece un anfiteatro o una edificación hecha por extraterrestres, pero que realmente es una especie de centro de investigación agrícola de los indígenas, un guía cuenta en todos los idiomas, que “Qoa es el felino mítico de la lluvia y lanzaba relámpagos por los ojos, orinaba lluvia, escupía granizo y gruñía truenos”.

Reparar en cada pliegue de las montañas de Pisac en dónde se esconden los talleres en los que Melchura Chura Merma y Demetria Chicchi tejen amorosamente los textiles de lana de oveja y alpaca.

Estas mismas mujeres debieron tejer la indumentaria que exhibe ese orgullo de los ancestros peruanos que es la niña Juanita, la momia hallada entre los años 2006 y 2007 en cercanías del volcán Ampato de Arequipa.

Mientras se asciende por las faldas verdes de esta parte del Perú, es posible reparar en los campos sembrados de las 26 variedades de maíz y las 3 mil de papa, entre ellas una de aspecto detestable que se llama K’uchiaca, que en lenguaje inca quiere decir estiércol de cerdo.

En medio de todas estas historias fantásticas, es inevitable toparse con la imagen de un toro con alas.

Cerca del cielo

El ritual transcurre durante el mes de julio, coincidiendo con la celebración del Día de Independencia.

Esta es acaso la única cacería hecha con sigilo y hasta con amor infinito, por el respeto y la devoción por el cóndor, que desde tiempos inmemoriales ha sido considerado como “el mensajero de los dioses”.

Es sometido a toda clase de cuidados antes del ritual, lavado, adornado con cintas y conducido al lugar del evento como un auténtico animal sagrado.

El cóndor no puede morir, porque esa sería una señal inexorable de las desgracias que caerían sobre los habitantes del lugar. El animal debe remontar el vuelo después de la faena, como un buen augurio para el año siguiente.

La gente del pueblo ataviada con sus trajes tradicionales dispone sobre la arena de un baile ancestral y esa es la señal para el inicio de la insólita corrida, que los hombres andinos del Perú han llamado ancestralmente como el Yawar Fiesta o fiesta de la sangre.

El cóndor es cosido al lomo del toro que con dolor trata de sacudirse de la incómoda presencia, mientras el rey de los Andes pica insistentemente al bruto en su vano intento de salir volando.

El toro encabritado embiste y recorre presuroso la arena en medio de los improvisados toreros indígenas que disfrutan entre risas de la faena.

En poblados como Cotabambas esta imagen se repite desde antes de la llegada de los españoles y ahora es el resumen de esa amalgama de costumbres con lo indígena.

La visión de esta batalla entre la reverencia indígena por el cóndor y el gusto español por el toro, se repetirá por siempre.

El toro estará condenado eternamente al sufrimiento, como ocurre en todas las plazas del mundo y el cóndor remontará los cielos andinos, hasta la próxima celebración.